La nena que necesitaba implantes de 39 mil dólares para volver a escuchar y los consiguió: la emoción de Damaris
A los 13 años su sueño se hizo realidad, después de una lucha que llevaron adelante sus padres para lograr lo que parecía imposible. Desde los 9 no podía oír por las secuelas que le dejó la meningitis que padeció cuando era bebé. Jésica, su mamá, habló con Infobae sobre la alegría y felicidad que transmite su hija en el video que se hizo viral
La perseverante lucha de Yésica y Darío, los padres de Damaris Álvarez, empezó en 2019, cuando su hija dejó de escuchar por segunda vez. Cuando era bebé le diagnosticaron hipoacusia sensorial bilateral profunda, una secuela de la meningitis por neumococo que padeció a los cuatro meses de vida. Pudo recuperar la audición a los dos años y medio gracias a una operación, pero con el tiempo necesitó procesadores con una intensidad más alta que resultaron inalcanzables por el costo económico: cuestan 39.000 dólares, y la obra social no les brindaba respuesta. Cumplió 9 y todo volvió a ser silencio. Ahora tiene 13 y empezó la secundaria con su sueño cumplido: volver a oír las voces de sus padres y reconocer por primera vez la de su hermano menor.
“Aunque no vea respuesta y todo sea tan difícil, no voy a dejar de luchar. Mi niña, sé que cuando menos lo pensemos, tu sueño se hará realidad. Mamá, papá, tu hermana, familiares, junto a toda la gente que comparte, sé que lo vamos a lograr”, escribía Yésica en su perfil de Facebook hace cuatro años, cuando organizaba rifas, sorteos, ventas de empanadas y todo lo que podía para hacer una colecta de dinero y tratar de alcanzar la abultada cifra. En diálogo con Infobae expresa con emoción que aquellas palabras se volvieron una realidad, y llegó el momento que esperaron por tanto tiempo.
La protagonista de la historia que se viralizó y conmovió a muchos usuarios, es la segunda de cuatro hermanos -la mayor tiene 16, la siguiente 8 y el más chico 3-, y vive en Colonia Las Rosas, localidad del departamento Tunuyán de la provincia de Mendoza. “Fui mamá muy joven, a los 15 años tuve mi primera hija, Nadya; después llegó Damaris a mis 18; a los 25 la otra nena y a los 29 tuve al más chiquito”, revela Yésica. Y agrega con humor: “Como soy hija única quise darle muchos hermanos a mis hijos”.
Está en pareja con su marido desde que eran adolescentes, y recuerda el miedo y la atroz preocupación que sintieron cuando Damaris se enfermó de meningitis. “Estuvo un mes internada en terapia intensiva y otro en recuperación, gracias a Dios salió adelante, y después de hacerle todos los estudios confirmamos que la única secuela que le quedó fue en los oídos”, comenta. En los meses siguientes empezó a notar que no respondía cuando la llamaban por su nombre, y que todo se lo pedía haciendo gestos o señalando. “La llevaba al médico y me decían que era normal, que por lo que había tenido le iba a costar, pero al año de vida ella todavía no hablaba, y ahí le diagnosticaron la pérdida de audición, hasta que en 2012 la operaron para ponerle un implante coclear”, relata.
Tenía 2 años y medio cuando volvió a escuchar, y hasta los 9 no tuvo inconvenientes. “Mientras tuvo los procesadores estaba bien, pero después ya no escuchaba nada de nada, porque necesitaba renovarlos con una intensidad más alta, y son muy costosos. Son los que permiten que el sonido llegue al cerebro y nos preocupaba cómo iba a hacer para empezar la secundaria”, expresa. Admirada por la valentía y la tenacidad de su hija, Yésica agradece que durante los cuatro años siguientes Damaris nunca bajó los brazos. “No se puso mal, ella seguía adelante, y me decía: ‘Mamá, es mucha plata’, y que no me preocupara, pero yo trataba de tranquilizarla y decirle que de alguna forma iba a llegar lo que ella tanto necesitaba”, confiesa.
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El matrimonio se aferró a la fe, rezaron mucho, invadidos por la impotencia, y aunque hubo varios momentos donde casi perdieron la esperanza, supieron levantarse unos a otros. “Hizo la primaria en una escuela cerca de casa, y creo que se adaptó bastante bien porque no es para nada fácil empezar de cero a los 9 años, sin escuchar. Cuando iba a clases de apoyo le enseñaban lengua de señas, y con la maestra y algunos compañeros se podía comunicar un poco”, detalla. La perseverancia con la que la veía hacer los deberes la llena de orgullo y emoción. “Le costaba bastante entender lo que tenía que hacer, pero siempre se esforzaba por hacer sus tareas, por comprender, y las maestras fueron un amor porque nos tocaron seños que se preocuparon y buscaron que ella pudiera seguir, y así pudo terminar la primaria”, dice con gratitud.